31 de diciembre de 2009

Dos cero uno cero

Pensaba esta mañana (todos los finales de año me da por pensar, esto no puede ser bueno), cuando veía las imágenes en la televisión de un buen número de personas haciendo el ensayo general de las campanadas de final de año en la Puerta del Sol, ayer por la noche, día 30. Unos con frutos secos, otros con lacasitos, cada cual con lo que se les ocurrió, pero nunca con uvas por aquello de la mala suerte. Mucha gente repetía la experiencia. Otros lucían pelucas de nylon de colores chillones y gafas de 2010. También se veían cabezas coronadas por cornamentas de reno de peluche. Mucha gente joven con los ojos brillantes y un jolgorio en el cuerpo que me causa una sensación que oscila entre el pasmo y la displicencia. 

El cambio del calendario va acompañado, por todo el planeta, de una serie de ritos curiosos. En España competimos por comernos las uvas poniendo en peligro nuestra integridad física. A veces se echa algo de oro en las copas del cava, para fomentar la riqueza, o se ponen lencería roja (en Italia), imagino que para llamar al sexo (aunque esta es una teoría que me acabo de sacar de la manga). En Japón saldan las deudas y limpian a fondo las casas. Se elaboran memorandos con los deseos para el nuevo año, que deberán pisarse mientras se transita de un período a otro para después quemarlo y que arda por entero. Quizás la tradición que más me gusta es la de tirar los muebles por la ventana y hacer una fogata que brille en el cielo nocturno. Desprenderse de lo viejo, de lo que no nos sirve, y dejar espacio a lo que ha de venir; mudar la piel como un áspid, experimentar una metamorfosis que tal vez nos transmute de gusano en mariposa; deshojarse para lentamente rebrotar en el eterno ciclo de la vida.

El fuego tiene un carácter purificador y renovador. La vida arde y se renueva y el atractivo del año nuevo es que se nos presenta como los cuadernos recién comprados: fresco, liso, en blanco, por escribir. Te da esa efímera e inexplicable sensación de invencibilidad, de poderlo todo. De ahí tantos propósitos y buenas intenciones que se formulan y pronto caen en el olvido. Todo mezclado con una especie de nostalgia por lo que acaba, por lo que muere y lo que se pierde. Y es que la muerte siempre nos produce una sorda inquietud.

El cambio de año, y más este año que implica cambio de década, me da por pensar. En lo gregarios que somos los seres humanos y en lo poco que hemos cambiado desde los albores de los tiempos. En tantas supersticiones sinsentido que de una u otra forma, a todos nos tocan, si no es en forma de décimo de lotería, en forma de uva. Yo caigo presa de mis propias contradicciones; suelo hacer balance personal sabiendo de antemano que mañana habrá concierto de Viena y saltos de esquí en Garmish y que en realidad, cada día, es un nuevo día por escribir y por estrenar.

2 comentarios:

Uxio dijo...

Nosotros estuvimos en el ensayo de anoche y en el de esta mañana a las 12, en plan adictos, jaja, comiendo bayas del goji. Nada de grandes propósitos ni reflexiones, simplemente nos pareció divertido y alternativo eso de celebrar la entrada del año a destiempo.

Mis mejores deseos para este 2010 que ya ha comenzado (al menos en Asia). Un abrazo.

eMe dijo...

Dos veces, ni más ni menos! Jjajaja...Eso ya es vicio...Pero con bayas goyi en plan fashion, eso si...
También te deseo un 2010 pleno y lleno de satisfacciones y alegrías.