3 de enero de 2010

De púas y pinchos o Cuando la apariencia nos distrae de todo lo demás, segunda parte



Me llamo Renée. Tengo cincuenta y cuatro años. Desde hace veintisiete, soy la portera del número 7 de la calle Grenelle, un bonito palacete con patio y jardín interiores, divididos en ocho pisos de lujo, todos habitados y todos gigantescos. Soy viuda, bajita, fea, rechocncha, tengo callos en los pies, y a juzgar por ciertas mañanas que a mí misma me incomodan, un aliento que tumba de espaldas. No tengo estudios, siempre he sido pobre, discreta e insignificante. Vivo sola con mi gato, un animal grueso y perezoso, cuya única característica notable es que le huelen las patas cuando está disgustado...


Renée es uno de los dos personajes que narran simultáneamente, y desde perspectivas paralelas pero casi opuestas, la historia de los inquilinos del número 7 de la calle Grenelle. Renée no es lo que parece y el otro personaje tampoco. Ambas nos ofrecen una fotografía fragmentada y complementaria que paulatinamente va cobrando sentido, en un derroche filosófico, humorístico y casi retórico, de la fauna que pulula por esa noble escalera. Y ambas se encuentran de forma insospechada cuando todo empieza a cambiar.

En Francia esta novela ha vendido más de un millón de ejemplares y en España va por la 17ª edición.  Yo sólo sé que he ido como una tonta sonriendo en el metro a las 7 de la mañana y que al final, he acabado llorando.
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Actualización del comentario a 3 de enero de 2009.

Ayer tuve la oportunidad de ver El erizo, la película que supone la adaptación de esta novela a la gran pantalla y, con todas las limitaciones que estas películas tienen, me hizo pasar un buen rato. Y rememorar la peculiaridad de los personajes originales, la áspera portera, el delicado japonés, la niña sabihonda dando por saco todo el día con su cámara...recomendable.

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