26 de junio de 2009

Mirar con ojos nuevos

Impactada.
Esa es la impresión que tuve cuando vi por la televisión que se inauguraba un espacio expositivo nuevo en la ría de Bilbao. Un espectacular museo que entrañaba una regeneración más profunda y que acababa de poner a la ciudad vizcaina en el mapa del mundo: el Guggenheim. Nada ha vuelto a ser lo mismo en Bilbao desde entonces. Y escribo este post cuando todavía paladeo en mi boca el sabor de una breve pero intensa visita a la ciudad, que tantos deseos tenía de realizar, y aprovechando mi obligado desplazamiento por trabajo. Mi cita ineludible era con Gehry y ese faro en la oscuridad que es el museo. Me perdí por allí. Dejé que mis pies me llevaran y que vagaran despistados, remolones, meditabundos, alrededor del edificio, sobre el Puente de la Salve, que, elevado y tembloroso al paso de los autobuses, ofrece las mejores perspectivas del edificio, y desde la otra orilla de la ría. Los puentes...la gran sorpresa que me he llevado, desde el de San Antón hasta el de Deusto, articulando ambas márgenes del río y proporcionando a nativos y turistas horas de precioso esparcimiento... Mi preferido, el del Arenal...

No sé si habéis tenido oportunidad de verlo. El museo es como un barco varado, con su proa y su popa. Pero también tiene algo de castillo, fortaleza abrupta, e incluso de montones de chatarra acumulados cuidadosamente. Cerrado y abierto a través de sus variadas cristaleras que dejan pasar la luz pero que al mismo tiempo, comunican el interior con el exterior, creando una suerte de continuidad espacial. Metálico en las delgadísimas hojas de titanio que lo envuelven como si fuera un bombón de chocolate, y hacen que cambie de color a las distintas horas de luz; y pétreo en las irregulares losetas de piedra caliza que ponen el contrapunto cálido al edificio. Es deslumbrante por fuera y sorprendente por dentro. Dicen que la colección no vale nada, que sólo interesa el edificio. Y probablemente, esta singular obra de art-quitectura sería igualmente visitada aunque estuviera vacía. Pero se hace necesario visitar la sala de Frank Stella y meterse en sus espirales de hierro, en continuo diálogo con el museo, para donde fueron creadas. Sólo puedo deciros que ha superado todas mis expectativas.

Por cierto, Ghery es un genio y lo ha vuelto a demostrar en las bodegas de Marqués de Riscal.
Aquí os dejo un enlace a su fantástica obra.
http://thomasmayerarchive.de/categories.php?cat_id=291&%%%SID%%%&l=english

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