Fue una extraña sensación.
Me sentí como si hubiera retrocedido 80 años en el tiempo. Aquellas figuras llenas de glamour y encanto, esa imagen más parecida a la fotografía que al cine. Una gesticulación algo exagerada, no estrictamente natural, un poco como de teatro. Pero tanto encanto y ternura. Cine en estado puro y una historia de esas que llaman con aldabón directamente a las puertas del corazón.
Eso sentí viendo El artista, de Michel Hazanavicius, película ¡muda! y ¡en blanco y negro!, precedida por las mejores críticas del otro lado del Atlántico y pese a todo ello, firme candidata a los Globos de Oro, vestíbulo de los Oscar.
Si, una de esas rarezas fílmicas, un dislate cinematográfico que lejos de recurrir a las técnicas más sofisticadas, al mayor despliegue de artificios, reduce sus recursos al mínimo sin siquiera llegar a sonorizar sus fotogramas. Estos franceses siempre tan modernos, siempre tan originales.
Pero la verdad, ese director que desconocía, de nombre difícil para la fonética y aún más para la ortografía, ha conseguido conmoverme. Con una historia romántica de muerte y resurrección, con dos actores tocados por la varita divina, uno como estrella seductora que pierde los favores del respetable al llegar el cine sonoro, la otra encantadora, y chispeante como doña nadie convertida en celebridad. Con montones de guiños para todas aquellas perosnas que disfrutemos de la pantalla grande y una preciosa banda sonora.
The artist es, de todo corazón, una gozada para los sentidos, una maravillosa e inusual película. Sólo os diré una cosa: compráos una entrada y dejáos transportar.
1 comentario:
Es la película sorpresa del año.
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