Se programa estos días en Madrid y hasta el 27 de agosto, una muestra sobre un fotógrafo sorprendente, Eugène Atget. Sorpredente porque nos muestra un París desconocido, el París casi medieval, decadente, una ciudad desaparecida ode la que apenas queda rastro, un París miserable de gentes mugrientas con aspecto de pasar penalidades, muy alejadas de las estampas de esplendor chic a que estamos tan acostumbradas/os.
Aget nació en 1857 y la muestra se compone de unas docenas de fotos de comienzos del siglo XX. Como he leído en alguna parte, Atget fue un fotógrafo que nunca quiso serlo, cronista gráfico por casualidad cuya aspiración en la vida era ser actor y que apenas empezó a retratar la capital francesa casi con 40 años. Retrospectivamente se habla de él como de uno de los fotógrafos más importantes de las vanguardias.
Sin embargo, él empezó documentando gráficamente la ciudad con un afán de minuciosidad alejada de todo artificio creativo. Retrataba a la gente de las calles, los comercios, las casas (por dentro y por fuera), los barrios desolados, los ornamentos de las fachadas, los jardines...poco a poco sus encuadres, su manera de enfocar las cosas, fueron cambiando y tendiendo paulatinamente a un mayor dramatismo, a un insondable misterio de lugares vacíos, nostálgicos, rezumando melancolía y romanticismo.
Miradas casi pictóricas difícilmente extraidas de una enorme y pesada cámara de fuelle de las de trípode y larga exposición. Una contemplación, una última mirada a un París que Atget sabía condenado a la extinción. Y una obsesión personal por que aquellas miles de instantáneas, aquéllos registros de un mundo agonizante no se perdieran, como lágrimas en la lluvia.
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