Mira a un cielo brumoso desde la privilegiada atalaya de su alminar. Se ven aves allá a lo lejos, volando en formación, mientras el sol cae a plomo sobre los edificios apiñados de adobe y ladrillo. Las manos reposadas en la balaustrada de madera, chilaba amarilla de tejido brillante, rojo fajín, casaca azul noche, y la boca abierta mientras sus pensamientos deambulan, despistados, por algún lugar. ¿En qué piensa el muecín?
Siempre me encantó el poder evocador de este cuadro, que desprende un encanto singular. En vivo es más grande, nítido y precioso de lo que cualquier reproducción puede sugerir. Lo sé porque estos días y hasta el 22 de mayo tenemos el privilegio de contemplarlo en Madrid, en la apetitosa exposición del Museo Thyssen dedicada a Jean-Léon Gérôme.
Gérôme, que nació en 1824 y murió en 1904, gozó de una gran popularidad en la Francia de su época, si bien en España es relativamente poco conocido, con toda probabilidad, debido a la alargada sombra de sus coetános impresionistas.
En sus años de formación vemos pequeñas pinturas casi fotográficas de personajes humildes, de los pueblos. Paulatinamente evoluciona hacia un estilo más ampuloso, con la reproducción de escenas griegas y luego de una serie muy prolífica de pinturas orientales meticulosas y llenas de detalles. En su madurez, Gérôme destaca por encima de todo como pintor de historia, recuperando momentos clave de la antigüedad, con un enfoque que bascula entre lo espectacular y romántico. Preciosas son también las obras que pinta dentro de su taller, autoretratándose mientras pinta o esculpe a modelos desnudas, que le aportan una especial carnalidad a los lienzos.
Así pues, una gran oportunidad de descubrir a un notable pintor del que por primera vez se organiza una muestra en nuestro país.
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