20 de octubre de 2009

La armonía de las esferas



En el siglo IV a.C, Pitágoras afirmó que los cuerpos celestes, en su incesante  y veloz transitar por el espacio, emitían una vibración, de modo semejante a como los cuerpos terrestres producen un sonido, un rumor, al desplazarse en el aire. Ese sonido, musical y armónico, como sólo la perfección de la organización cósmica podría emitir, sería inaudible para el oído humano, pues los humanos hemos crecido acostumbrados a ese sordo murmullo, como un herrero ignora el sonido de su martillo. Poética teoría de la que se han hecho eco, a lo largo de la historia, no pocos filósofos, matemáticos o artistas de todos los tiempos (desde Platón, Plinio, Ptolomeo, Cicerón o Plotino hasta San Agustín, Boecio, San Isidoro o Shakespeare) y compartida también por diversos músicos.

Sirva esta deliciosa teoría como introducción a un comentario sobre el concierto al que tuve el privilegio de asistir el pasado día 18. Al menos, el madrugón dominical mereció la pena. Primera de las audiciones del ciclo organizado para la prometedora temporada 2009-2010 de la Orquesta Nacional de España, consagrada a la música y su relación con la naturaleza.

La pieza central era Los Planetas, del compositor inglés Gustav Holst. Una suite sinfónica compuesta entre los años 1914 y 1916 y en la que el compositor trataba de plasmar musicalmente los atributos que la astrología concedía a cada astro. Una obra capaz de condensar, a lo largo de sus 55 minutos de duración, la fuerza, la espiritualidad, el lirismo, el romanticismo, lo marcial. Grandiosa, con una riqueza cromática muy amplia y una fabulosa orquestación.

El programa de hoy contemplaba, además, las Acuarelas vascas, unas pequeñas piezas musicales a modo de pinceladas impresionistas compuestas por José Antonio de Donostia, que era la primera vez que escuchaba y que se balanceaban entre el lirismo de Ravel y el folklore de Chabrier. Después, el inolvidable Concierto para violín nº1 de Max Bruch, a las cuerdas de un Stradivarius de 1708 y desplegado en todo el talento de un violinista hondo y juvenil como el armenio Sergey Khachatryan.

Y como muestra, un botón.










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