Uno de los pilares de mi vida buena es la comida.
Pensar en comida, comprarla, cocinarla, reinterpretar las recetas, degustarla sola, en compañía o sola en compañía, almacenarla, ordenarla en la nevera, ver los canales de cocina en la tele, incluso leer o hablar sobre ella, son tareas en las que invierto y disfruto muchísimo de mi tiempo.
Hay pocas cosas en las que encuentre un placer semejante. Más aún cuando la comida me constituye, pasa a ser, de material de mi imagina ción, a carne, grasa y hueso de mi cuerpo. ¿Cómo no preocuparse?
Sin ser una obsesa, comer bien se ha convertido de unos años a esta parte en una de mis mayores prioridades. ¿Y qué es comer bien? Pues para mí comer bien se mide en términos de cantidad (que sea poco), de calidad (que sean alimentos lo más frescos posible, lo menos tratados y si no los consumo tal cual, preparados cuidadosamente por mí), y de salubridad (que tengan pocas grasas, azúcares, sales, condimentos). Pero también, delicada como soy por naturaleza, que me sienten bien (digestivos, poco flatulentos y que no causen molestias gástricas de tipo diverso). Visto así, parece que debo de ser una especie de integrista de la alimentación, pero nada más lejos de la realidad. Sólo quiero sentirme bien: el cuerpo es sabio y si le das lo que no le corresponde, envía señales claras.
El caso es que a menudo tengo una curiosa sensación en el pequeño comedor de la empresa conde nos juntamos para la colación. Es inevitable fijarse en lo que trae cada uno/a. Veo con relativa frecuencia platos preparados, comida del chino de la esquina, congelados como piedras que se meten en el microoondas para hacer de ellos algo comestible, tupper que encierran comida más propia de los menús de los hospitales (sin color, sin olor, me atrevería a decir que sin sabor), muchas ensaladas preparadas a salto de mato, in situ, de cualquier forma, platos con mezclas imposibles al gusto y a la vista (varios restos de comidas del día anterior, de aquí y de allá, como en un cuadro de Pollock), fiambre por todo plato, y demás hábitos gastronómico-culinarios (por decir algo) del mismo pelaje. Yo normalmente me aislo ante mi plato, suelo entrar en stand-by. El único momento de mi larga jornada laboral de verdadero descanso es la hora de la comida. Así que procuro concentrarme en ella como si no hubiera nada más en el mundo, preparada previamente con el mayor cuidado posible pues al sentarme a la mesa necesito sentirme mimada, en casa, reconfortada. Lo intento, no siempre lo logro, pero persevero. Creo no ir por mal camino cuando con tanta frecuencia me preguntan, `¿qué es eso que huele tan bien?´.
El caso es que todo esto se me venía a la mente cuando leía un estupendo artículo sobre el pepito grillo de la conciencia alimenticia norteamericana, Michael Pollan, que desde su escaño en Berkeley abandera el movimiento slow food en los EE.UU. Quizás los postulados de este Pollan puedan parecernos pedestres, algo naïf, pero de tan sencillos me han parecido geniales. Su frase de cabecera es: come alimentos reales, no demasiados, sobre todo plantas.
Su decálogo de principios para comer adecuadamente es un pequeño concentrado de sentido común, que me pienso pegar en la puerta del frigorífico para recitarlo cual mantra. A saber:
Regla nº1. Nunca comas nada que no comería tu tatarabuela. Dice que la tradición es una fuente fiable de nutrición y aunque muchos/as me dirían que porqué renunciar a las espumas y las esferificaciones, nuestros bisabuelos no los comían y tampoco los echaban de menos, ¿no?.
Regla nº2: Consume productos perecederos: los alimentos rales viven y mueren. Excepto la miel. Los alimentos reales hay que buscarlos en las periferias de los supermercados, cerca de las puertas de entrada y de salida, donde se reponen las existencias.
Regla nº3: No comas demasiado (y no comas por todas partes), lo que nos lleva directamente a la
Regla nº4: Conviene recuperar la comida como acto social, comer solo propicia el descalabro nutricional (y gastronómico).
Regla nº5: Cocina tus propios alimentos, alimentos reales, y no dejes tu alimentación a los restaurantes, donde emplean mogollón de saborizantes .
Regla nº6: Todos deberíamos cultivar, aunque sea en la terraza o en la ventana.
Y algunos consejos de postre: Evitar cualquier producto que contenga sirope de maíz (lo que indica altos niveles de procesado, en la otra punta de lo que es un alimento real). Evitar productos que tengan más de 5 ingredientes o que contengan alguno que no seamos capaces de identificar. Y siempre evitar los refrescos, antialimentos por excelencia: toda la energía, nada de nutrientes.
¿De cajón, no?
PS. Todos estos lienzos pertenecen al increíble pintor Fernando O'Connor.
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