29 de septiembre de 2010

Apología de la soledad

Metes "soledad" en el Google Images y salen fotos que reflejan a personas cabizbajas, cariacontecidas, meditabundas. Metidas en sus pensamientos con la cabeza gacha, evocando quién sabe qué otros tiempos, qué otros momentos mejores. Dobladas sobre sí mismas. Descoloridas. En posición fetal. Lánguidas y languidecientes. 

En general, estar sola no es una situación considerada socialmente como deseable. Cuando eres joven y sobre todo hombre, aún reviste un componente romántico, pícaro, divertido, como de hombre independiente, golfo y vividor...en el caso femenino no tengo esa sensación. Sin embargo, con el paso de los años, las soledades son períodos transitorios, necesarios e inevitables, de la monogamia sucesiva, de las parejas consecutivas. Y al final, la soledad es considerada el resultado de la viudedad sin remedio, del declive, de la fragilidad incluso. Esta es una sociedad con miedo al vacío.

Para mí, estar sola es llegar a casa, echar la llave y olvidarme del mundo. 

Poner música si me apetece, tumbarme en el sofá a descansar, decidir si me levanto o no, si compro, si como o si me dejo morir. Decidir si me apetece lavar la ropa, cocinar o simplemente calzarme las zapatillas e irme a dar un paseo. Estar sola es no hablar, tener un silencio que nadie me obliga a romper. Tener tiempo y disfrutarlo. Los ruidos son míos, los espacios también.

Beber sin compartir y emborracharse sin necesidad de una justificación. Descorchar una botella que durará casi eternamente, bebida a sorbos. A veces la soledad también te permite abandonarte a la nostalgia, llorar sin tener que ahogar la congoja, sentirte plenamente triste y desgraciada. En silencio todo se intensifica. 
Convivir con los ruidos de los muebles, que crujen, y enfrentarse como una náufraga a todas las contingencias que se presentan. Pagar un sobrecoste por todo y transitar por un camino impopular y frecuentemente desagradecido. A veces temer, y tener miedo. A  menudo, echar de menos a los demás y aprender a valorar su compañía cuando ésta se busca.

Estar sola es librepensar, emanciparse, practicar el salvajismo con moderación. Soltar el espíritu y calmar el cuerpo.
Al final, la soledad ha llegado a ser el mayor de mis patrimonios.

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