30 de marzo de 2013

Deseo



Dicen que el deseo es el anhelo de saciar un gusto. El deseo es un poderoso motor de acción, aparentemente irrefrenable, desencadenado por el sentimiento, de una enorme complejidad, y pese a ser un término polisémico, con frecuencia de otorgamos un significado unívoco, relacionado sólo con el sexo.

Una preciosa reflexión de Punset devuelve al deseo todo su colorido (El alma está en el cerebro):
El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo. El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo. El deseo de vivir y de hacerlo a su manera. Por eso sus autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto se deben a los resultados u objetivos cumplidos, sino al sentido inherente al mismo proceso de vivir. Y este proceso, de uno u otro modo, lo establece siempre el deseo. Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario, a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien entendido el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que - en una persona madura - es luminosa, clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos y de la inteligencia se dice que es emocional. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de uno mismo.
Todo esto esá en el Deseo de Miguel del Arco que durante unas semanas han programado en el Teatro Alcázar de Madrid. Pese a esta obra trata de las pulsiones, sobre todo de las pulsiones que no se confiesan, de los impulsos y su realización. Y el deseo se acerca más a lo inconfesable, pierde hondura filosófica quizás, mostrando su cara más oscura, la de los platos rotos. Los platos que se rompen cuando Ana (Emma Suárez) invita a su amiga del gimnasio Paula (Belén lópez) a pasar un fin de semana a su casa de campo con Manu (Gonzalo de Castro) y un amigo recientemente divorciado, Teo (Luis Merlo). 


Ana es la dócil, la buena, la doméstica, la respetable, y Paula la libertina, la vivalavirgen, la peligrosa, la puta. Del mismo modo, Manu es tranquilo, respetable, de orden, y Teo es un hombre que se deja arrastar por sus deseos (básicamente, como en el caso de Paula, los sexuales). Cuatro personajes aparentemente diferentes que en el fondo no divergen tanto como aparentan. Y que acaban cayendo en una especie de locura en ese fin de semana que empieza frívilamente y acaba mortal y envenenado.

Los actores están muy bien y me encantó el montaje, ese escenario rotatorio y absolutamente polivalente que refleja las propias turbulencias de los personajes e incluso sugiere cierta claustrofobia. Sin embargo, por qué será, al final salí con la sensación de haber recibido un mensaje reaccionario. Vosotros/as juzgaréis. 




No hay comentarios: