3 de abril de 2010

Una libra de carne fresca

Antonio, mercader, ama secretamente a Bassanio. Bassanio,  honesto pero venido a menos, bebe los vientos por Porcia, pero carece de caudales para pretenderla. La bella y rica Porcia duela la muerte de su padre, el cuál ideó para el matrimonio de su hija un enigma encerrado en tres cofres que el pretendiente de su mano debería descifrar. Lorenzo, amigo de Antonio y Bassanio, ama a la judía Yesica, cuyo padre, Shylock, prestará a Antonio los 3.000 ducados que Bassanio necesita para su empresa amorosa.

Este es el dramatis personae de El mercader de Venecia, obra de Shakespeare en cinco actos publicada en 1600. De casi tres horas de duración, Shakespeare tomó elementos de otros textos para componer el suyo, que combina drama y comedia de forma desigual; en este sentido, por encima de las intrigas amorosas, del enredo que podría recordarnos a nuestro Lope, y del carácter ligero, crujiente y desenfadado que ha querido darle Rafael Pérez Sierra y que con acierto podemos ver estos días en el Teatro Alcázar de Madrid, predomina la enorme tragedia del usurero judío Shylock. 

Fernando Conde sobrevuela con su interpretación al resto de actores en este montaje, una producción bonita de escenografía tan sobria como eficaz y que gustará a todos los amantes del buen teatro.

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