27 de marzo de 2010

Cielos!

Se dice que Madrid tiene cielos velazqueños lo cual constituye un tópico que no por manido, deja de ser cierto.

No acierto a comprender qué mágica fórmula combina la luz con el color de manera que el resultado es el que podemos ver, de un azul deslumbrante, de una luminosidad y de una limpieza tan dura, tan acerada, tan seca, que es capaz de hacerte daño casi hasta hacerte llorar. La ecuación combina latitud y longitud de la ciudad, altitud, pluviosidad anual estimada y horas medias de luz al año. Pero también encierra una incógnita referida a los vientos y a la cercanía de la sierra, que se recorta como un decorado; como uno de esos troquelados que plegábamos y desplegábamos sin cesar en la infancia hasta que se rompían; como uno de esos paisajes remotos que aparecían brevemente en la esquina de algún retrato costumbrista flamenco, con un barniz de lejana ensoñación. 

Cuando Frank Ghery imaginó para su alucinación bilbaina una piel escamosa que con las horas del día, mutara de color, no podía imaginar que en Madrid la naturaleza brindara ese mismo espectáculo día a día para ojos prevenidos, para espíritus atentos a los prodigios de lo cotidiano que nos acechan a la vuelta de la esquina, dispuestos a quitarnos el aliento de un zarpazo certero y traicionero. 
 Ese manto que nos cubre, nos abriga y a veces hasta nos castiga, como a lo largo de este tedioso invierno, es del color de la dulzura por las mañanas, cuando muchos nos desperezamos antes de que el sol haya conseguido levantarse. Al mediodía adquiere ese carácter soberbio e insoportable, tan exultante en invierno, tan puro y nuevo, que te calienta la cara y te reconforta el alma, y que de tan brutal, hiere. 

En las silenciosas tardes de invierno, los crepúsculos transitan delicadamente del rosa al naranja y nunca el ocaso parece tan grandioso. He visto atardeceres en otros lugares pero nunca vi ninguno como este. Quizás el cielo de verano, tan plano, tan lánguido, tan prolongado sea el cielo que más me aburre, cuando hasta él parece haberse ido de vacaciones.
Al volver a la ciudad después de un viaje, veo este firmamento que me abraza generosamente, y por fin  me siento en casa.  

 Mi agradecimiento a Umarti y Humantree (Flickr)

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