3 de febrero de 2010

Cuero, seda y aceros.


Ved a estos caballeros, soldados, mercenarios...un capitán, un teniente y sus huestes de las milicias. Se reúnen, hablan y esperan, en algunos casos tranquilos, en otros más inquietos, en conjunto desafiantes, lanzas y pendón en ristre, en el año de gracia de 1633, cuando la monarquía española extendía su imperial dominio que no tenía fin y descargaba toda su furia en Flandes.

Un fondo neutro; un rayo de luz  iluminando la escena, desde algún ojo escondido; y un estallido de ocres, platas, amarillos y azules sobre la escrupulosa rigurosidad de los atuendos negros delicadamente rematadas por cuellos blancos de hilo o de organza plisada, como palomas a punto de echar a volar.

En este cuadro la pincelada se funde, desleida y transparente. De cerca, en la proximidad, las caras y manos se vuelven manchas sin sentido, el negro no es uno sino muchos teñidos de matices, y las bandas de seda se rematan de montones de puntitos dorados. En este cuadro el cuero de los borceguíes reluce y las botas huelen; los cabellos son suaves y los ojos brillan, anticipando la excitación lejana del rugir de la batalla. Tensa espera, calma expectante, sonrisas aparentemente relajadas escondiendo un crujir de dientes y un rictus desencajado, tratando de disimular el miedo.
 
Pocas veces he experimentado una sensación semejante delante de un lienzo.

La impresionante tela, de 4 metros y medio por 2 metros, es La compañía del capitán Reijnier Reael y el teniente Cornelis Michielsz Blaeuw, retrato colectivo de Frans Hals y Pieter Codde, un préstamo del Rijksmuseum de Ámsterdam al Museo del Prado, donde estará para nuestro gozo, hasta el próximo 28 de febrero.

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