22 de noviembre de 2009

Cornisas


Al igual que en otras grandes ciudades, cuando paseas por esta vieja y  (urbanísticamente) maltratada Madrid, resulta habitual cruzarse con personas que van mirando hacia el suelo. Mirarse a la cara puede generar incomodidad. O parecer descarado. Unos escuchan música absortos en su propio mundo. Otros hablan por teléfono sin manos, como zombies escapados de una dimensión paralela. Algunos más se camuflan detrás de unas gafas de sol, demostrando su aparente desprecio a los demás. Pero de entre los casuales viandantes solitarios, gran parte de ellos miran abajo, no se sabe si en un ataque de vergüenza, para admirar las losetas u observando la punta de sus zapatos. Aunque lo más probable es que sorteen las zanjas y los agujeros para no romperse la crisma.

Entre tanta barahúnda de gente que transita ignorándose, yo siempre voy mirando, como una lunática, hacia arriba. Me gustan las azoteas. Me gustan los puentes. Y también me gustan las cornisas y los remates de los edificios, en un ejercicio que no es sino una forma de mirar las azoteas, desde abajo. Quizás la arquitectura de los edificios de viviendas que plagan nuestras barriadas carezca del más mínimo interés. Pero no ocurre lo mismo en las zonas históricas de la ciudad.

Los edificios del XIX y del XX que abundan en Chamberí, en el distrito de Salamanca y en la zona centro parecen fosilizarse ante los ausentes ojos de los indígenas. Sus fachadas llenas de frontones, casetones, óculos, ventanas y columnas, en eterno movimiento, languidecen atropelladas por la velocidad de los tiempos modernos donde la funcionalidad le ganó el pulso a la estética.  

En la Gran Vía, allá en las alturas que los mortales no podemos ni soñar, existe una  fauna de piedra y bronce única en su especie, que escapa a todo entendimiento. Un olimpo de dioses, ángeles y héroes que, divertidos intrigados, como entomólogos diseccionado una cucaracha, burlones incluso, observan nuestros vanos ires y venires de seres pequeñitos y apresurados.

No se esconden, sólo hay que levantar la cabeza para mirarlos, allá donde nunca nadie mira. 

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